
Las dignidades planetarias se basan en la idea de que los planetas y los signos están relacionados por afinidad. Cuando la afinidad es máxima (incluso podemos hablar de perfecta correspondencia) hablamos de planetas «en domicilio» (concepto relacionado con las «regencias»). Cuando no hay afinidad está debilitado (exilio y caída). Luego está la posibilidad de la «exaltación» donde el planeta se considera que está bien, que está en su dignidad, aunque no tan perfectamente como los planetas en domicilio.

Pienso que toda esta cuestión, fundamental en astrología, es extremadamente delicada. Puedo aceptar la idea del planeta en domicilio, que haya un planeta y un signo que sean como dos instrumentos que tocan la misma nota musical y vibran iguales. Lo que me parece especialmente problemático es la manera de comunicar estos planetas “debilitados» y eso por dos razones: 1) es un lenguaje que puede influenciar de forma negativa, 2) se interpreta que lo que no es igual al modelo ideal es malo e inferior.
Considero que todas las posiciones tienen su propia armonía, algunas más cerca del canon, pero todas tienen su belleza única, su propia musicalidad.
Otra analogía sería que todas las posiciones planetarias en los doce signos son armónicas, igual que no hay ninguna combinación de notas, dentro de una misma escala musical, que sean disonantes entre sí. De hecho, astronómicamente, todos los planetas guardan relaciones armónicas entre sí (ver fenómeno de la resonancia orbital), pues lo cósmico tiene tendencia al orden matemático (como efecto de leyes físicas) y, por lo tanto, a la armonía.
No obstante, incluso si aceptáramos ciertas disonancias o atonalidades, éstas aportarían nuevos colores que, con los arreglos armónicos correspondientes, permitirían la armonía general.
E incluso si aceptáramos que hay posiciones que pueden ser problemáticas o difíciles (aunque no diría nunca «malas» o valoraciones parecidas), cuidaría mucho el lenguaje. Y es que no estoy defendiendo ningún relativismo walt disney, ni estoy reivindicando un discurso ideológico, ni estoy haciendo una crítica a ninguna astrología en particular, sino que es una reflexión fruto de mi intensa y extensa experiencia en consulta astrológica y terapéutica, una reflexión sobre cómo una comunicación basada en una cosmovisión vertical puede hacer sentir a alguien inferior y condenado, y eso por hacer comparaciones y valoraciones innecesarias.
Por lo tanto, ante una carta natal determinada, recomendaría que se hablase directamente de cómo vivir esa singularidad (por lo que nos guardaríamos para nosotros mismos nuestros análisis y comparaciones), enfocándose en las posibilidades y tratando los límites con delicadeza y sin recreaciones, ayudando a que la persona conociera su musicalidad y le motivara afinarse, recrearse, expandirse en la obra musical que está llamada a ser.
El astrólogo argentino Eugenio Carutti ya reflexionaba respecto esta tendencia de querer encajar en una norma o ideal (aunque esto fuera en contra de nuestra singularidad):
«[En la consulta astrológica] una persona generalmente pregunta por su felicidad, por objetivos que no son singulares de ese ser, sino por los objetivos colectivos, digamos; y la persona que viene a consultar, en principio no se acerca a un proceso de singularización, es decir, de comprender que hay una fuerza en esa estructura energética que lo está llevando al núcleo de sí mismo, y que para eso muchas veces frustra sus deseos conscientes. Y tiene que frustrarlos, porque si no lo hiciera, la persona no sería sí misma.
Uno en la experiencia ve una carta natal y es como si viera que una persona tiene potencialidad de ser una violeta, otra es un lirio, otra una orquídea, y lo malo es que todos quieren ser rosas; y la gente sufre porque no es una rosa, y no puede aceptar que una violeta es distinta de una rosa: es más chiquita, no tiene espinas, es distinta; entonces todos quieren ser rosas, y ahí hay mucho sufrimiento. Hay sufrimiento en lo que le pasa a la persona, hay algo de su potencialidad que no se expresa y eso provoca un destino complejo. Para poder aceptar su propia naturaleza tienen que pasar cosas que vayan en contra del camino de la rosa; el camino de la rosa es una ilusión.»
No sin sus sombras, vivimos en la era de la diversidad y sabemos que el valor está en la variedad de formas, colores, armonías… En el pasado había una referencia normativa que era lo «perfecto», lo «ideal» y, sobre todo, lo «bueno», «deseable», «valioso», «superior». Pero hoy en día, cada vez con más fuerza, valoramos la realidad de forma más horizontal, abriéndonos a todas sus manifestaciones, sin imponer un sólo criterio reduccionista, sin hacer sentir mal, culpable o inferior a aquello que no encaja con la «normalidad» (que es un concepto envenenado), pues aquí lo único que importa es la normalidad de ser uno mismo.

En esta línea quiero recomendar el libro de la astróloga y amiga Lu Gaitán titulado «Asuntos de Venus. Astrología del placer«, de ediciones Koan (ver imagen), una obra amena, inteligente, bella, documentada y que se atreve a relativizar que solamente haya una forma de amar y vivir el placer. Y quién mejor que una geminiana escorpiana para hacer esto.